martes, 5 de noviembre de 2019



Transcribimos y compartimos algunos fragmentos de los muchos artículos que el semanario anarquista "La Antorcha" refirió a la lucha por la libertad de Simón Radowiztky, quien ajusticiara al Jefe de Policía Ramón  Falcón, hace ya 110 años.
Y a días de un nuevo aniversario, quisiéramos destacar, no su cárcel sino la alegría de verlo en libertad luego de estar 20 años confinado en la cárcel de Ushuaia.
Antes, presentamos una bella y contundente evocación del 14 de Noviembre. Esto escribían los compañeros a comienzos de la sangrienta dictadura de Uriburu en 1930: 

14 DE NOVIEMBRE DE 1909


Más que la historia pasada, nos interesa la que se vive. De aquella nos vale lo que de ella ha seguido viviendo como fecunda proyección del porvenir. Pero la historia de hoy, la que se está labrando al presente con dolor y con sangre, nos vale superiormente, por que en ella, afanosos actores que somos y no meros espectadores, que hemos de esforzarnos en fecundar nuestra pasión de libertad y justicia. No somos, cultores de efemérides. Y hoy menos que nunca, ante la realidad que nos apremia con el reclamo de una cuestión de vida o muerte idealista.
Queremos, sin embargo, recordar el 14 de Noviembre de 1909, por que el aniversario de esa fecha, tiene, en las actuales circunstancias, una expresión honda, de fuerza evocadora tal como no la tuvo nunca en el transcurso de los años, cuando la represalia estatal abatiase terriblemente sobre el pueblo y la justicia de clase sepultaba de por vida en la prisión al justiciero, ni cuando en la crispación del esfuerzo salvador, erguiase la actividad agitadora y la acción huelguista, ni aún cuando alcanzada su libertad, volvía a estar junto a nosotros, codo a codo en la pelea. Es que nunca como ahora se ha hecho presente al espíritu de todos la tragedia proletaria de 1909, a través de la actual pervivencia de los métodos falconianos. No es el recuerdo de lo que fue sino la realidad rediviva de una época de represión encarnada, como responsable directo, en ese militar ajusticiado el 14 de noviembre 1909.
Ante esta realidad tornábase vivida la sensación de horror de la reacción falconiana y surge consoladora, ejemplar, la evocación de la grandeza del gesto salvador.
Esa fecha nos habla de la presencia inmanente de la justicia popular, de la persistencia promisoria de la acción revolucionaria que en la libertad se inspira, y de la fragilidad del empeño regresivo de los déspotas, a quienes a pesar de todo su aparato de fuerza desatado criminalmente contra el pueblo, basta en ocasiones un certero acto de revuelta individual para dar con ellos y con sus planes en tierra.
¿Nada les dice, esa fecha, a los émulos actuales del masacrador Falcón? Al parecer, no. Investidos de la suma de todos los poderes, hinchados de prepotencia por la convicción de su seguridad frágil, en realidad como lo es siempre la de todo lo que se asienta en la posesión de la fuerza armada, se sienten poderosos y temidos. Y persiguen, apresan, torturan y deportan a las gentes, allanan, clausuran y hasta devastan en ocasiones locales obreros, centros de cultura, hogares proletarios, exacerban, en fin, con su represión, sobre la miseria creciente, el dolor de un pueblo, en el que no ha hecho presa el terror.
Son los vencedores y quieren hacer valer como Breno, el peso de su espada.
Pero se olvidan, que también como ellos, Falcón creía haber vencido la batalla. Como ahora, regían las leyes excepcionales; centenares de los nuestros eran hacinados en las cárceles o batían las vías del exilio en tanto las familias se hundían en la miseria y la desesperación, las libertades públicas, la prensa avanzada y las organizaciones obreras eran puestas bajo el arbitrio policial en el intento de aplastar la protesta contra la masacre de la plaza Lorea. Y también como ahora, fiados de la impotencia popular contra los crímenes del poder, se proyectaban draconiana medidas restrictivas para poner a cubierto a los amos de la autoridad y la riqueza de cualquier sobresalto. Y todo fue inútil. El dolor, la protesta y la indignación del pueblo duramente comprimidos por toda suerte de atropellos e infamias, cargaron la bomba de Radowitzky, y el masacrador Falcón fue abatido, cayeron con el los planes represores del gobierno y a poco, a pesar del prolongado estado de sitio, la actividad insurgente cobró proporciones no alcanzadas hasta entonces.
Por eso hemos creído oportuno recordar esa fecha. Ella es alentadora evocación y severa advertencia.
No había, como no hay ahora, vencedores. Estamos donde estábamos. No se han declinado las armas, antes bien, la represión las afila… La lucha sigue.

Apenas unos meses antes, se anunciaba en sus paginas:

Radowitzky en libertad


Irigoyen ha indultado a Radowitzky. Tan fatal como caer presos, es que nos hagan la gracia de libertarnos. Ni de una ni de otra cosa, somos culpables nosotros. Estrechemos a Simón en nuestros brazos y no tengamos vergüenza en llorar de dicha. A aquellos que estamos hecho a encarar el mal cantando, el bien nos arranca lágrimas. ¡Y es mucho bien Radowitzky libre!

 


 El saludo de Simón
Compañeros anarquistas y trabajadores de la Argentina:

Estoy libre. Soy libre de nuevo hombre entre los hombres. De mis veinte años sufridos, ya habrá tiempo para hablar. Esto fue un accidente común en la vida de todo revolucionario. Ahora quiero decirles, como mi mejor saludo a los compañeros y los proletarios del mundo, que mi anarquismo que no se dobló en la cárcel, se afirma hoy más fuerte que nunca en la libertad, porque yo sé que esta libertad mía no significa la libertad del pueblo, esclavo siempre de la tiranía burguesa. Para abolirla en toda la tierra, estaré siempre entre vosotros. Pero no es mi sólo saludo el que quiero llevar a vosotros, sino también el de los compañeros que quedan en Ushuaia. Vosotros trabajadores y anarquistas de la Argentina, recogedlo como estímulo para luchar contra las cárceles y libertar a nuestros prisioneros. Este saludo vaya también a ellos, a Scarfó, Oliver, Mannini, Simplicio y Marino de la Fuente, Desiderio Funes, los presos de Avellaneda, Mariano Mur y  todos los que están en las cárceles y los perseguidos por la ley burguesa.



¡Luchemos Por ellos! ¡Libertad para ellos!
Un abrazo de vuestro hermano, Simon Radovitzky

Como vimos a Radowitzky

El jueves 15 de mayo, a las 10 horas, frente a un centenar de obreros y compañeros que habían logrado adelantarse y despejar la incógnita oficial. Simón desembarcaba en Montevideo, lugar que él había designado para su destierro. La noche anterior en base a órdenes  estrictas y reservadas, el transporte  nacional “Vicente F. Lopez” había evolucionado a unas millas del puerto de Buenos Aires hasta acercarse al barco de la carrera, al cual fue trasbordado. El gobierno, secretamente, había adelantado en un día la llegada. Mientras nosotros aguardábamos que transcurriera el jueves, a las 10.22 llega un cablegrama. Era de Simón. Nos decía encontrarse ya en tierra uruguaya y enviaba un abrazo fraternal a todos. Estaba, por fin, libre, en brazos de los compañeros. La pequeña casa de “La Antorcha” se llenó, tanto como del ruido del trabajo y las maquinas, de nuestros gritos y nuestra alegría.
Esa misma noche salió Pacheco para Montevideo. A la siguiente, otro de los compañeros redactores. Día que no olvidaremos jamás que estará por siempre presente en nosotros, aquel que fuimos confundidos en un solo abrazo con el hermano liberado.
Emoción, alegría mezclada en algo indefinible, en él y nosotros. Portábamos el saludo del pequeño, solidario y fraterno grupo de “La Antorcha”, de los nuestros en las cárceles y los perseguidos. Y él también traía el de los que quedaban en Ushuaia.
¿Cómo vimos a Simón ese día? ¿Qué palabras y que impresión traemos a los amigos y compañeros de “La Antorcha”? Imaginaos esto: un revolucionario ruso típico y en él, traspasando la angustia, el sufrimiento y la lacerante muerte civil de veinte largos e imborrables años de presidio, una conciencia y una esperanza que aguarda el retorno a la lucha.
¡Veinte años esperando esto! Mientras nosotros nos agitábamos y luchábamos en las calles, mientras transcurrían los años, con sus grandes recesos, sus ardorosos levantes y las caídas y disensiones profundas, Simón luchaba también, día a día y palmo a palmo por conservarse fuerte, puro y noble en medio del terror presidiario de las ofensas continuas, los castigos inicuos y la depresión, desventura y desesperanza, cuando no el aletazo negro e impresionante de la locura en sus compañeros de reclusión. Era un secreto. El secreto que guarda, cuida y engrandece hasta llegar a obsesionarle, el compañero en la cárcel. ¡No ceder! ¡No sumirse en la soledad y la desesperanza! ¡Confiar en que, algún día, esas manos magulladas, ese corazón angustiado han de tener empleo en algo! Esperar, y mientras tanto acoger el lejano eco de los que luchan, imaginar los nuevos ignorados, cuanto exaltará la vida y la pelea.
El domingo 18, tres días después de su regreso, se realizaba en el Cerro, barriada de vieja tradición levantisca, un mitin pro presos en el teatro “Edén”. Unos centenares de obreros, mujeres y muchos niños llenaban la sala. Habían convocado los obreros rusos, el centro “Sembrando ideas” y el periódico “La Rebelión”.
Mañana fría con vientos cortantes que curvan el Cerro próximo, con un bello sol para gozar a pulmón pleno un día de libertad. Adentro, ante un público atento, iban hablando entre tanto, los oradores. Carreño, por la F.O.R.U., Varone, por “La Rebelión”, Romanchuk, por los obreros rusos, Correale, por la F.O.R.A., Pacheco por “La Antorcha”. El nombre de Simón, en las palabras de los que hablaban era unido, de tanto en tanto al de Kerbis, Cisneros y Ohyenart, los prisioneros actuales. De pronto, al terminar uno de los oradores un hombre, de facciones serenas, ojos profundos y amplia frente, avanza en las primeras filas y trepa al escenario. Recorre con su mirada toda la sala y comienza a hablar. Palabras de una tonalidad extraña, pero de un profundo efluvio humano, parecen el balbuceo de alguien que viniera quien sabe de que tierras, donde el contacto humano de la voz debiera ser articulado distintamente, retaceado u olvidado. A través de su temblor, se adivina el alma fuerte.
Y dice:
“Compañeros: Simón Radowiztky era hasta ayer un número, un prisionero. Por él luchabais. Ahora dejadlo a un lado. El Simón Radowiztky es hoy un compañero más, un oscuro compañero que viene a luchar con vosotros por la liberación de cuantos quedan en las cárceles”. Y emocionado, abriendo a todos los corazones el secreto de su propio corazón, habló varios minutos más por los presos. Ese hombre era Simón Radowiztky. 



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